Cuando éramos niñas (o niños), un palo era algo mágico. Podía ser una varita mágica, o una espada, o la escoba de una bruja, o una caña de pesca. Podíamos jugar a los soldaditos, con el palo sirviéndonos de fusil. Podíamos ir correteando por el campo, utilizándolo para tocar cualquier inmundicia que se nos presentase, para luego salir corriendo con el palo de defensa contra el monstruo que salía (pensábamos) de la basura que habíamos tocado.
De mayores, la realidad aplasta a la imaginación. El palo se convierte en algo que se cae encima de tu coche y te lo abolla. Hay que recoger los palos caídos de los árboles cuando limpias el patio. Un palo puede sujetar en tendedero, o sencillamente sirve como parte de una escoba. Si vamos de marcha, un palo nos ayuda a caminar. No imbuimos el palo con las propiedades mágicas de la niñez. Ya no hay varitas mágicas ni escobas de brujas. Si necesitamos una caña de pesca, nos la compramos y punto.
Pero nos equivocamos. Todavía existe la magia en un palo. La magia se centra en un palito pequeño o grande, pero sencillo. Este palo es – se puede argüir – la raíz de la civilización. Este palito es universal. Tendrá un aspecto humilde y tosco, o (como en la modernidad) puede estar hecho de maderas exóticas por un maestro artesano. Puede expresar su presencia sin estar ya presente: en los yacimientos arqueológicos encontramos los restos de su existencia. Este palito nos une – seamos miembros de una sociedad mesopotámica ya desaparecida, o ciudadanos de un país super-desarrollado del siglo 21.
Este palo mágico es el huso. Para los que hilamos, nos une al pasado, en el presente y al futuro. El huso nos liga íntimamente al ciclo de la vida. A la domesticación de los animales, y al uso de los mismos para nuestra supervivencia (que del cerdo se decía que se podían utilizar “hasta los andares”). Si somos vegetarianos o veganos, también nos liga a este ciclo del año, pues hilamos fibras de todos los tipos – vegetales o animales. Hoy en día incluso, podemos hilar fibras de extracción mineral – del petróleo, o fibras de plantas ultraprocesadas (como el bambú carbonizado).
Hay quien se pregunta que por qué hilamos. Hoy en día podemos comprar lo que queramos en la tienda que más nos guste. Ellos no entienden que no se trata necesariamente de confeccionar aquello que necesitamos. Se trata de la magia de la creación, de la unión con la vida, con la historia, con la cultura.
Os pongo aquí un enlace de una serie de vídeos que presentan, en Portugal, lo que llaman los autores “El Ciclo de La Lana”. La serie es extraordinaria. Aun sin hablar portugués, se entiende bastante bien en lo que respecta a la labor que realizan las personas que se ven en el video. Después de ver los videos, me quedé con las ganas de pasar un año con estas mujeres: aprendiendo de ellas, aprendiendo sus canciones y sus labores, aprendiendo el contexto completo del ciclo de la lana.
Ves cosas sorprendentes – una mujer lavando la lana en un lavadero, frotándola como si fuesen sábanas blancas. O sea, todo lo que decimos que no se debe hacer. Tengo siete millones de preguntas al ver esto – ¿por qué no se fieltra? ¿Qué temperatura tiene el agua? ¿Qué tipo de detergente o jabón utiliza?
Me consta que no he visto nada igual en el contexto español. Lo hay para algunos sitios en América Latina, pero no para España. No digo que no exista, solo que no lo he encontrado. Crear algo así para España sería de tremendo valor para conservar los bienes culturales – antes de que desaparezcan como consecuencia de las limitaciones de la vida humana.
Os animo a verlo y a poner en los comentarios vuestras reacciones y vuestras preguntas. ¿Qué les preguntaríais a estas personas?
https://vimeo.com/laemtemporeal/videos/sort:date
Escrito por Andy
